Homilía del señor obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón

IX ORDINARIO jueves 7 de junio de 2018.

La Sagrada Eucaristía.

2Tim 2, 8-15; Sal 24; Mc 12, 28-34.

Uno de los desafíos de la humanidad es el establecimiento de leyes que permitan la justicia, atender a los más necesitados, urgir las responsabilidades de todos y, el riesgo, es su interpretación y aplicación adecuada.

Eso padeció el pueblo elegido. Recibió del Señor las leyes, pero al interpretarlas de acuerdo a su mente, atendiendo a necesidades inmediatas, muchas veces sin sentido de fe, la fueron deteriorando.

Unos, legalistas, la imponían al pie de la letra; otros, de acuerdo a su ideología, como los que no creen en la resurrección. En tiempo de Cristo había tantas leyes y la pregunta cuál de todas era la más importante.

Ante la pregunta del docto, Jesús señala lo fundamental, el amor a Dios con todo la persona, integralmente. Lo afectivo, lo emotivo, lo físico, lo espiritual, todo el ser es para amar a Dios. Es relación de todo Dios con todo el hombre.

Y este mandato se extiende a la relación interpersonal, amar como nos amamos a nosotros mismos. ¡Qué mejor medida que lo que tocamos interiormente! Jesús, cuando revela todo su amor, pide que nos amemos, como Él nos ama.

La Iglesia busca que tengamos este camino y no perdamos de vista lo fundamental, la vocación que el Señor nos da a cada uno, que es la forma como hemos de vivir el amor concreto, de persona a persona.

Pablo, con amor de padre, habla a su discípulo indicándole lo esencial de su vida: “Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él”.

El encuentro con Jesucristo que la Iglesia propone a partir del Anuncio fundamental, es un camino permanente. La vocación la descubrimos en la medida que vamos creciendo en la identificación con Cristo.

Toda vocación confluye en el mandato mayor. En el amor renovamos el don,

 

 

 

 

 

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