VII PASCUA sábado 19 de mayo 2018
Misa de Santa María, Reina de los Apóstoles
Hech 28, 16-20. 30-31; Sal10; Jn 21, 20-25.
Pedro es la autoridad definida por Jesús. El discípulo amado tiene un lugar importante. Es un testigo cercano. Aparece con Pedro en el momento en que Jesús revela quién es el traidor, y en el sepulcro vacío.
Ahora Juan está presente en este momento importante. Pedro es la cabeza y Juan es quien acredita los hechos y dichos de Jesús poniéndolos por escrito. No es que vaya a vivir para siempre, sino que su evangelio será testimonio vivo.
Es oportuno aclarar que el evangelio de Juan nos pone los acontecimientos como la presencia victoriosa de Jesús y como hechos que manifiestan ya la vida futura. Jesús no habla de la inmortalidad de Juan sino de su testimonio.
La presencia de Cristo vivo es una realidad para la Iglesia. Él realiza el juicio definitivo contantemente, llamando a sus discípulos, entregando su vida por los pecadores, abriendo su corazón misericordiosos a todo aquél que lo busca.
Para Pablo esta es una experiencia concreta, vital. Rescatado de la esclavitud de la ley, será un testigo libre, abnegado, fiel y valiente de Cristo resucitado. Ahora lo vemos llegando a Roma, porque él mismo pidió ser escuchado por el Cesar.
Y encuentra todo dispuesto. “Dos años enteros pasó Pablo en una casa alquilada; ahí recibía a todos los que acudían a él, predicaba el Reino de Dios y les explicaba la vida de Jesucristo, el Señor, con absoluta libertad y sin estorbo alguno”.
Como discípulos de Jesús hemos de aprender a mantenernos firmes en la fe, no sólo en los momentos de fácil ministerio y apostolado; también en los momentos más difíciles que podamos encontrar.
Así podemos volver nuestra mirada a María, Reina de los Apóstoles. Ella permanece fiel como Madre y como discípula, esperando la resurrección de su Hijo junto con los discípulos.