(EL PAN DE LA PALABRA DE DIOS PARA NUESTRA FAMILIA)
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
«Y DIJO DIOS… Y ASÍ FUE»
Esta iniciativa tiene la intención de acercar más a las familias a los tesoros que abundan en la Palabra de Dios. Pongo en tus manos estos sencillos pasos que, si se llevan a cabo como se aconseja, estoy seguro que ayudarán a papás, hijos, abuelos y a todos los miembros de cada familia a conocer, comprender y poner en práctica lo que Dios una y otra vez nos dice en su palabra, que es pan que alimenta y fortalece la vida. El Espíritu Santo ilumine a cada familia en esta aventura, y la Virgen María y San José nos muestren a la Palabra hecha carne, a quien ellos mismos contemplaron y adoraron.
Pbro. Martín González Soria
Catedral de San Buenaventura, Edo. de México.
PASO 1. ORAMOS EN FAMILIA PARA PREPARARNOS A ESCUCHAR
(Pueden encender un cirio que ambiente el lugar de oración).
Estando reunida la familia hacen la siguiente oración:
Papá o mamá: Señor, Padre nuestro, queremos que tú seas el centro de nuestra familia. Te ofrecemos nuestro hogar y nuestro corazón. Especialmente te damos gracias por el don de la creación y de nuestra redención. Ponemos en tus manos a tantas familias que están pasando por momentos difíciles para que experimenten tu consuelo, tu ayuda y tu paz. Amén
Responden todos los demás miembros de la familia: Señor, tu Palabra sea lámpara que ilumine nuestros pensamientos, palabras y acciones, a fin de que transforme y moldee el barro del que estamos hechos y así, cada vez más, tomemos la forma que tú quieres, que tú has soñado para esta familia. Virgen María, prepara nuestro corazón para acoger la Palabra como tú la acogiste y la llevaste a la práctica. Amén.
Finalmente rezan juntos un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
PASO 2. ESCUCHAMOS ESTA BUENA NOTICIA
PARA NUESTRA FAMILIA
Este paso consiste en la lectura pausada y repetida del texto bíblico que ha sido escrito para nosotros hasta que «el texto hable por sí mismo». No es una lectura para ilustrarnos o para ilustrar a otros sino para conocer la voluntad de Dios en la vida concreta de nuestra familia, en el hoy de nuestra historia. La actitud para acercarnos a la Palabra de Dios ha de ser de humildad y sencillez, en un ambiente de oración y de escucha. Esta escucha tiene la finalidad de prepararnos para el siguiente paso. Escuchemos con oídos de discípulos la Palabra de Dios que es viva y eficaz y más cortante que una espada alguna de dos filos; penetra hasta las foronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Heb 4,12).
En este ambiente de oración leemos y escuchamos el pasaje bíblico: (un miembro de la familia lee 2 veces el pasaje del evangelio según San Marcos Capítulo 1, versículos 21-28)
+ Del Santo Evangelio según San Marcos: 1, 21-28
En aquel tiempo, llegó Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús le ordenó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: «¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta los espíritus inmundos y lo obedecen». Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea.
Palabra del Señor.
PASO 3. PROFUNDIZAMOS LA PALABRA DE DIOS EN FAMILIA
(Un integrante de la familia lee lo siguiente)
Ejercicio: encerramos en un círculo los personajes que aparecen en el texto, encerramos en un rectángulo, con otro color, las actitudes de esos personajes; finalmente subrayamos con otro color los verbos, palabras o frases que más se repitan o que sean clave. Por ejemplo, un personaje son los oyentes que escuchan la enseñanza de Jesús, una de las frases que dicen estos oyentes son: «¿Qué es esto? Otra frase es: ¿Qué nueva doctrina es esta?»…
Después de realizar este ejercicio, profundizamos el texto bíblico con la lectura siguiente:
Jesús no es un maestro entre tantos, su palabra tampoco es una palabra como tantas, su enseñanza es siempre nueva y no queda solo en un sonido que se pierde y muere en la nada. Jesús es el Maestro por excelencia, el Maestro de maestros, su palabra posee autoridad para realizar lo que expresa, lo que dice, de transformar, de crear; recordemos cómo el primer libro de la Biblia atestigua el poder que tiene la Palabra de Dios al afirmar una y otra vez , como si se tratara de una bella armonía: «Y dijo Dios… y así fue, Y dijo Dios… y así fue»; es decir, su palabra no queda sola y sin efecto, ni se pierde como un eco cualquiera, sino que siempre va acompañada del efecto poderoso y excelente que atesora.
En el texto bíblico del evangelio de este cuarto domingo del tiempo ordinario, San Marcos nos muestra a Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm, la ciudad de Jesús y lugar que constituyó el centro geográfico de su actividad misionera; el Maestro esta frente a un escenario de personas que lo escuchan, y al escucharlo se asombran y quedan pasmados por sus palabras. San Marcos quiere poner en claro que, aunque existan y surjan muchos maestros en su comunidad, sólo Jesús tiene palabras de vida, sus enseñanzas expresan su autoridad, no son como las enseñanzas de otros tantos maestros que hay o que puedan surgir. Lo que enseña no tiene comparación con ninguna otra clase de doctrina o exposición, por muy avanzada que sea.
Es de llamar la atención que la autoridad que brota de las palabras del Maestro se dirige siempre al bien de la persona humana, a su liberación, a su salud y a su plena realización; en otras palabras, el destinatario primario de las enseñanzas de Jesús es el hombre, su transformación, su dicha, su felicidad. «La gloria de Dios es el hombre viviente», decía san Ireneo de Lyon. En este sentido afirma el Conclio Vaticano II: «Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto» (Gaudium et Spes 21), esto quiere decir que el hombre por sí mismo no puede encontrar, ni mucho resolver el problema de sí mismo, ni la ciencia, por muy avanzada que sea o por muy lejos que llegue, nunca ofrecerá una respuesta que satisfaga plenamente el corazón humano, sólo en Jesús, en su persona, Palabra y enseñanzas, la persona encuentra lo que en ningún otro lado puede encontrar. «Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti», decía San Agustín.
En el texto del evangelio del domingo pasado Jesús había anunciado que el Reino de Dios ya había llegado, ahora pone de manifiesto con sus palabras y con sus obras que ya está reinando el Señor an los hombres, por lo tanto el reino de satanás es vencido, no puede subsistir, es roto y destruído con la palabra de Dios que es onmipotente y poderosa; en efecto, el imperativo categórico que manda al demonio que tenía prisionero a aquel hombre: «Cállate y sal de él», manifiesta la victoria del reinado de Dios, de Jesucristo Rey, a quien el Padre ha sometido todo. San Marcos quiere ayudar a su comunidad a vivir bajo el poder del Reino de Dios, y no vivir sometidos a los reinos de este mundo, a no abrir la puerta a ninguna clase de mal, sino a aceptar la tremenda novedad que tiene la persona de Jesús, que tiene su palabra. Por otro lado, el espíritu inmundo que tiene poseído a aquel pobre hombre interroga a Jesús en dos ocasiones y sabe quién es él, lo llama el Santo de Dios, el Señor no da ningún tipo de respuesta a las provocaciones del maligno, sino se muestra claro y tajante con estas palabras: «Cállate y sal de él». El evangelio según San marcos, se distingue, entre otras cosas, por el llamado «secreto mesiánico», al silenciar al espíritu inmundo, Jesús evita que se le considere simplemente como un Mesías de milagros, no quiere que la gente se confunda con un falso mesianismo sino que comprenda que el verdadero Mesías es el que ha venido a servir y dar la vida con su sacrificio supremo en la cruz.
PASO 4. MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS EN FAMILIA
(El papá o la mamá dirigen este paso)
La meditación de la Palabra de Dios consiste en la aplicación del texto a lo que hoy en día estamos viviendo en nuestra familia. Una vez escuchado el texto bíblico, ahora se trata de reflexionar qué nos dice el texto a nuestra familia «hoy»; dejar que la Palabra interpele nuestra vida, purifique nuestros pensamientos, comportamientos y acciones. Es la búsqueda de la verdad y los valores ocultos en el texto con el fin de iluminar nuestra vida familiar, al hacer esto comienza la meditación. Se recomienda detenernos en una frase o actitud que nos haya impresionado y no tratar de agotar todo el texto. Preguntas que nos puedan ayudar: ¿Qué nos enseña hoy Jesús con su palabra? ¿En qué tenemos que cambiar, cómo hemos de reaccionar en adelante, a qué nos podemos comprometer en concreto, qué luz nos da para entender mejor nuestra vida familiar? ¿Qué actitudes nos invita a tener? ¿Qué actitudes nos pide abandonar?
- Al escuchar el texto bíblico nos preguntamos: ¿Nuestra familia tiene como Maestro a Jesús? ¿Somos una familia discípula que escucha asiduamente a nuestro Maestro? Como los oyentes en la sinagoga de Cafarnaúm, ¿Nos asombran las palabras de Jesús o lo consideramos como un maestro entre otros? ¿Sabemos diferenciar las palabras de vida eterna de Jesús de otras muchas palabras? ¿En qué lo notamos? Pongamos un ejemplo.
- ¿Qué efecto puede tener hoy la palabra de Dios en nuestra familia? ¿De qué necesitamos ser liberados por Jesús? ¿Qué espíritu inmundo nos oprime y no nos permite vivir la vida nueva que el Señor nos ofrece?
- El Reino de Dios ya ha llegado en la persona de Cristo, ¿Ya está presente el Reino de Dios en nuestra familia? ¿Cómo lo podemos notar? ¿Le hemos permitido que nos libere de nuestros egoísmos?
PASO 5. ORAMOS CON LA PALABRA DE DIOS EN FAMILIA
(El papá o la mamá dirigen este paso)
La oración es la consecuencia natural de la confrontación, entre lo que nos ha dicho la Palabra de Dios y cuando la hacemos nuestra. Cuando en la meditación percibimos lo que Dios quiere de nosotros se experimenta la pequeñez y escasez de recursos con que se cuenta para ponerlo en práctica. Y ella desencadena el diálogo con Dios, que es centro de toda experiencia de oración, sea de alabanza, agradecimiento, súplica o petición de perdón. Entonces el texto bíblico se hace parte de la oración y presta de modo habitual el motivo y las palabras de la oración. La oración nos hace ver el mundo con los ojos de Dios; es decir, se van dejando de ver las cosas desde uno mismo y se logra “hacer de Dios parte normal de la propia vida”. En la oración se refleja el itinerario personal de cada uno en su caminar hacia Dios y su esfuerzo de vaciarse de sí mismo para dar lugar a Dios, al hermano, a la familia y a la comunidad.
- Espontáneamente démosle gracias a nuestro Padre Dios por su Palabra
- Somos hijos amados de nuestro Padre, ¿Qué nace de nuestro corazón decirle?
- ¿Qué gracias y dones le pedimos para ser una familia que no se acostumbre a escuchar la palabra de Jesús, sino que nos siga asombrando cada vez que la escuchemos?
- ¿Qué espíritus inmundos le pedimos a Jesús que expulse de nuestra familia? ¿Qué palabras le expresamos para que nos siga transformando en una familia nueva?
- ¿Qué acciones podemos realizar para que nuestra familia tenga como centro la palabra de Dios?
PASO 6. ACTUAMOS LA PALABRA DE DIOS EN NUESTRA VIDA
(El papá o la mamá dirigen este paso)
- ¿Qué acciones concretas podemos hacer como familia para que esta Palabra que ha salido de los labios de Jesús y ha regado nuestro corazón vuelva a él convertida en frutos abundantes?
Después de compartir el punto anterior, todos terminan con esta oración: Gracias Padre bueno porque hemos escuchado, meditado y orado tu Palabra, tu palabra que es vida. Concédenos la gracia de crecer en el conocimiento y el seguimiento de tu Hijo Jesucristo, buscando siempre hacer lo que te agrada, como él lo hizo, y reconocer que la vida que nos has dado sólo alcanzará su plenitud en la medida en que se pierda por tu causa. Amén.