XX ORDINARIO sábado 22 agosto 2020
Nuestra Señora María Reina
Ez 43, 1-7; Sal 84; Mt 23, 1-12
El Hijo de Dios viene a comunicarnos la vida del Padre; comunión eterna en la Trinidad. Dios amor. Él mismo nos instruye a cerca de este amor, distinto al del mundo, pues proviene como vida del Padre.
Ya ha dejado callados a saduceos y fariseos. Ahora habla claramente a todos los demás miembros del pueblo elegido y les advierte sobre los que se ponen como maestros. “Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”.
Jesús reconoce la verdad en su enseñanza. Ese no es el problema. Es la incoherencia en la que viven. Y eso destruye lo que dicen.
Además, resalta lo que le pertenece a Dios: es Padre, y, como único sabio, es el Maestro de todos. Y añade la norma de vida de la comunidad: “Que el mayor de entre ustedes sea su servidor”. Es lo mismo que enseña a los doce antes de la Institución de la Eucaristía.
El amor se traduce en servicio. El servicio como expresión del amor. El amor perfecto, que llega al extremo de dar la vida por los amigos. Es el mandato mayor, es la vida de Dios que hace revivir los huesos secos. Es su presencia total en el templo.
Cristo se ubica a sí mismo en la edificación del reinado del Padre: “No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo”. Sí, Jesús es el camino, la verdad y la vida. En Él está la realidad definitiva, que aclara, nuestra existencia.
Recordando a María que pide se le construya un templo, deja como signo la caída de nieve en pleno verano. El Papa Pio XII le otorga el título de María Reina, la misma que se nombra esclava del Señor, nuestra Reina y Madre universal.