XXIX ORDINARIO miércoles 24 de octubre 2018
San Rafael Guízar y Valencia, obispo,
1Cor 9, 16-19. 22-27; Sal 22; Jn 10, 11-16.
Parece normal en el desarrollo del mundo del trabajo, que originalmente cada uno lo ejercía desde lo que era de su propiedad: el campo, el rebaño, los oficios heredados de familia. La sociedad se desarrolla y surgen profesiones y empleos.
Ya no fue lo mismo cultivar la propia tierra o cuidar el propio rebaño. Ya se vio más hacia la ganancia que al trabajo mismo. Tal vez por eso nos parezca extraña la parábola del Buen Pastor que Jesús nos propone.
A su tiempo era una imagen que evocaba de inmediato la relación de Dios con el Pueblo Elegido. Seguramente ya existía quien se empleaba para el oficio. Lo importante es la actitud, hacerlo por dinero o por amor.
El empleado es calculador. El dueño es detallista con lo suyo. Jesús es dueño porque ha convocado al rebaño, da su vida por él, cuida de cada una y, como por otro texto lo sabemos, va en busca de la que se pierde.
Hay, además, una relación de mutuo conocimiento, relación directa que llega al amor mutuo, a la obediencia como consecuencia. La convicción de Pablo es fruto de su conciencia de pastor: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!”
Anunciar el evangelio es hacer presente, promover la nueva vida en Cristo. Y esta tarea tiene muchos matices, etapas, expresiones. Recordemos que San Paulo VI en Evangelii Nuntiandi nos describe todo ese panorama.
Al recordar hoy al santo obispo Rafael Guizar y Valencia, recorremos en su vida estos rasgos del pastor. Su ministerio va desde catequista hasta pastor arriesgado.
Erróneamente suspendido del ministerio con paciencia esperó ser reincorporado a él; padre previsor abre su seminario clandestino en la persecución; solícito, yendo a salto de mata entre trincheras atiende heridos del combate.
Interceda por nosotros, especialmente por los obispos mexicanos.
