XXI DOMINGO ORDINARIO 26 de agosto de 2018 +Guillermo Ortiz Mondragón.

Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 55.60-69

Un signo nos ayuda a entrar en contacto con una realidad que no vemos. El fuego quema. ¡Cuántas veces nos hemos quemado por no ver el fuego! Si hay humo, flama azul o amarilla, sabemos que hay fuego, que podemos quemarnos.

Jesús nos da a conocer, nos dice Quién es, qué hace y dice el Padre. Al revelarse como el Pan que da la vida, nos recuerda que se ha encarnado: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

Después añade algo que ahora nosotros podemos comprender: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”. el pan del desierto representa a Cristo en la Eucaristía.

El sacerdote, por la fuerza de la Palabra, en la persona de Cristo por el Espíritu, confecciona la Eucaristía. Así como en Cristo estamos ante el Padre, así en la Eucaristía estamos ante Cristo. Es presencia real y efectiva por el Espíritu.

No basta con que Él quiera, y de hecho, esté con nosotros. Necesitamos hacer la opción personal por Él. Como se lo exigió Josué al pueblo elegido antes de entrar a la Tierra Prometida. “digan aquí y ahora a quién quieren servir”.

Si la Eucaristía es Cristo vivo, resucitado en medio de nosotros. Su presencia no puede limitarse al tiempo de la Liturgia; se prolonga a un estilo de vida que nos haga capaces de hacerlo presente.

Por eso el Espíritu Santo hace referencia inmediata al matrimonio, como la primera imagen y semejanza de Dios y que los esposos han de actualizar en su vida diaria. El Matrimonio es verdadero sacramento no sólo para los esposos.

El matrimonio es para la comunidad eclesial y para le mundo un signo vigoroso de Cristo resucitado. ¡Cuidémoslo! ¡Vívanlo! ¡Entréguenlo!

+Guillermo Ortiz Mondragón.

 

 

 

 

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